Con el desconcierto por bandera
intento ordenar mis pensamientos en esta calma entre tormentas. Intento
recordar lo acontecido en mis últimos días, aunque tanto ha sido el ajetreo que
apenas logro traer a la memoria una vaga idea de ello.
Me arrancaron de mi guarida sin
dejarme expresar queja alguna. No sé por qué tuve que ser yo, de entre todos
mis semejantes, el elegido. No me considero especial ni diferente, pero
recuerdo lo que me hicieron después…
Me pisotearon, jugaron con mi
cordura y me arrancaron la dignidad con el deleite de quien despelleja vivo a
su enemigo. Había alguna tregua, es cierto, pero sólo para dejarme recobrar la
esperanza antes de volver a hacer de mí su esclavo. Perdí la conciencia y no sé
cuánto duró aquel martirio.
Al final, volvió la luz.
Magullado y con mi voluntad anulada, me encerraron en una nueva cámara de
torturas junto con otros muchos con el mismo aspecto vencido que yo. Éramos
muchos y la cámara pequeña, con lo que pronto nos mareamos por la falta de
aire, y luego, empezó a entrar el agua… Todo daba vueltas, nos chocábamos unos
con otros, sustancias químicas venías acompañando el agua y los gritos de los
que allí estábamos no detuvieron al desalmado que llevaba aquella crueldad a
cabo. La mitad de nosotros se perdió en aquella jaula horripilante. Menos mal
que no fue mucho tiempo. Nos sacaron de allí y aquí me hallo, al sol perezoso,
sin nadie que nos moleste.
Pero yo sé lo que pretenden,
quieren que baje la guardia, que me relaje y que la esperanza de salir de este
juego macabro vuelva a mí, para luego arrancármela y que yo vuelva a sumirme en
la desesperación. Pretenden darle a mi ultrajado cuerpo un descanso para curar
mis heridas y volvérmelas a infligir nuevamente sobre mis cicatrices.
No caeré en su trampa, no me amansarán,
¡tan pronto me bajen de este tendedero lucharé como sólo un calcetín sabe
hacerlo!
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