¿Cómo te atreves a construir en mi templo
de sinsabores un puesto de sueños?
Eres de esas personas que, como una brisa
fresca de verano, me recuerda que mi piel adormecida aún siente lo bastante
como para tener que ponerme una rebeca. Te atreviste a limpiar las telarañas, o
quizás a tejer otras más bonitas donde atrapar mis miradas. Más que brisa,
fuiste huracán, que me arrastró hasta el borde de un acantilado de locura,
donde susurraste un tímido "salta". Y con la mente embotada por el
dulce olor de tus palabras seductoras, puse un pié en el aire...y luego el
otro.
Con el vértigo de la caída supe que la
realidad era otra. En el fondo del abismo no habría ningún mullido abrazo, ni
unos labios expectantes. Sólo unos riscos que rasgarían mi piel con indiferencia.
Supe que anhelaba tanto una pasión que quise oír "hagámoslo" cuando
en realidad sólo te encogías de hombros diciendo "claro,¿por qué
no?".
Aterrada, en el último segundo me até al
borde del precipicio con mi último cabo de cordura, quedando suspendida en el
aire en el limbo entre mi cárcel y la tuya. Esperé, cuchillo en mano, a que me
reclamases desde abajo, sabedosa de que cortaría la cuerda a la primera súplica
de tus labios. Pero, como la brisa, volaste lejos y el silencio fue abrumador,
y entre gritos de dolor por la sangre de mis manos, me aupé hasta tierra firme
donde ahora extiendo mis pasos, de nuevo hacia mi templo ya vacío, lejos de tu
acantilado.
Pronto pasará al recuerdo la emoción del
salto frustrado, el céfiro se ha marchado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario