Hay
cosas que hacen que mi día a día sea más llevadero, pequeñas cosas mágicas que
hacen que todo mejore.
Uno
de ellos es ducharme cada noche antes de irme a dormir. Es mi momento de
desconexión y también donde se me ocurren las mejores ideas. Y por eso no
compro un gel de baño cualquiera, sino que prefiero uno que sea suave y jugoso,
que haga mucha espuma (aunque como física debo saber que los mejores
tensioactivos son aquellos que no hacen espuma). Y por eso tengo varios botes
abiertos a la vez, porque hay días que prefiero irme a la cama oliendo a té
verde y otros a frambuesa, o limón, o mora...
Otro
es andar descalza en casa. Bueno, en calcetines, para ser exactos. Y por eso he
aguantado pacientemente los gritos de mi madre para que me pusiera las
zapatillas durante toda mi vida, y por eso sigo sin hacerle caso. También por
eso cuando hace mucho frío prefiero ponerme dos pares de calcetines antes que
zapatillas. Debo decir que las zapatillas en forma de botas que no tienen las
suelas duras han hecho un puente entre mi madre y yo en esta cuestión.
Otro
es tomar los cereales en un bol bonito, al igual que el té en una taza
preciosa. Y aunque cualquiera hace la misma función, para mi está más rico
cuando el recipiente me encanta.
Otro
es llevar la ropa interior conjuntada. Que no tienen que ser conjuntos
carísimos comprados en la mejor tienda de lencería, ni los más sexys, ni los
que me hagan mejores pechos. Me vale con que los colores y los tejidos
combinen, y dentro de ésto puedo llevar un día un conjunto de algodón con
muñequitos y otro día un encaje negro. También puedo ir hecha un desastre, con
la ropa más vieja del armario, pantalones de tío, ropa de basket o un pijama,
que si mi ropa interior va conjuntada, ya me siento la mujer más arrebatadora
de la calle, y el día va de otra forma.
Otro
es leer, y por eso me gusta leer estando sola, y por eso no me gusta cuando me
preguntan qué me estoy leyendo ahora y por eso me gusta que cuando decido
hablar sobre el libro de turno, me tomen en serio.
Otro
es tener flores frescas en casa los sábados por la mañana, preferiblemente
margaritas grandes, girasoles, nardos o la más rara y grande que tengan en la
floristería.
Otro
es ese momento de meterme en la cama y que las sábanas estén heladas, y moverme
dentro notando como se van calentando, descubrir partes que aún están frías y
estirarme para llegar a todas antes de hacerme una bolita para dormir.
Y
sobretodo, uno de mis placeres que, por desgracia, puedo hacer menos, es esa
madrugada de verano durmiendo en mi cama de siempre en casa de mis padres, en
ese momento en el que empieza a amanecer y que por la ventana abierta llega el
fresquito de la brisa mañanera que te obliga a ponerte la sábana por encima, y
los pitidos de los barcos que fondean en la bahía.
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