viernes, 13 de abril de 2018

Mis pequeños placeres


Hay cosas que hacen que mi día a día sea más llevadero, pequeñas cosas mágicas que hacen que todo mejore.
Uno de ellos es ducharme cada noche antes de irme a dormir. Es mi momento de desconexión y también donde se me ocurren las mejores ideas. Y por eso no compro un gel de baño cualquiera, sino que prefiero uno que sea suave y jugoso, que haga mucha espuma (aunque como física debo saber que los mejores tensioactivos son aquellos que no hacen espuma). Y por eso tengo varios botes abiertos a la vez, porque hay días que prefiero irme a la cama oliendo a té verde y otros a frambuesa, o limón, o mora...
Otro es andar descalza en casa. Bueno, en calcetines, para ser exactos. Y por eso he aguantado pacientemente los gritos de mi madre para que me pusiera las zapatillas durante toda mi vida, y por eso sigo sin hacerle caso. También por eso cuando hace mucho frío prefiero ponerme dos pares de calcetines antes que zapatillas. Debo decir que las zapatillas en forma de botas que no tienen las suelas duras han hecho un puente entre mi madre y yo en esta cuestión.
Otro es tomar los cereales en un bol bonito, al igual que el té en una taza preciosa. Y aunque cualquiera hace la misma función, para mi está más rico cuando el recipiente me encanta.
Otro es llevar la ropa interior conjuntada. Que no tienen que ser conjuntos carísimos comprados en la mejor tienda de lencería, ni los más sexys, ni los que me hagan mejores pechos. Me vale con que los colores y los tejidos combinen, y dentro de ésto puedo llevar un día un conjunto de algodón con muñequitos y otro día un encaje negro. También puedo ir hecha un desastre, con la ropa más vieja del armario, pantalones de tío, ropa de basket o un pijama, que si mi ropa interior va conjuntada, ya me siento la mujer más arrebatadora de la calle, y el día va de otra forma.
Otro es leer, y por eso me gusta leer estando sola, y por eso no me gusta cuando me preguntan qué me estoy leyendo ahora y por eso me gusta que cuando decido hablar sobre el libro de turno, me tomen en serio.
Otro es tener flores frescas en casa los sábados por la mañana, preferiblemente margaritas grandes, girasoles, nardos o la más rara y grande que tengan en la floristería.
Otro es ese momento de meterme en la cama y que las sábanas estén heladas, y moverme dentro notando como se van calentando, descubrir partes que aún están frías y estirarme para llegar a todas antes de hacerme una bolita para dormir.
Y sobretodo, uno de mis placeres que, por desgracia, puedo hacer menos, es esa madrugada de verano durmiendo en mi cama de siempre en casa de mis padres, en ese momento en el que empieza a amanecer y que por la ventana abierta llega el fresquito de la brisa mañanera que te obliga a ponerte la sábana por encima, y los pitidos de los barcos que fondean en la bahía.

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