viernes, 13 de abril de 2018

Momentos

Normalmente no somos conscientes de los trozos que vamos dejando por el camino. El día a día puede llegar a ser agotador y estamos tan inmersos en la corriente que arrastra nuestras horas que no notamos el desgaste que va lamiendo nuestras aristas y dejándonos cual cantos rodados: anodinos, matificados, sanchopancescos...
El trabajo, los estudios, las relaciones a veces confusas y difíciles... La interacción humana es tan necesaria como agotadora y todo parece estar pensado para exigirnos, exprimirnos, moldearnos. Brilla, pero no demasiado; destaca, pero encajando en el molde; ofrece al mundo, pero sólo lo que el mundo te pida.
Y en esta sinrazón, de vez en cuando se necesita un alto en el camino, estirar el brazo y agarrarse a una rama para impedir que el río se te lleve. Stop. Vuelve a tus raíces, recuerda quien eres, recupera lo que te han robado, rompe con esa presión y que el mundo te deba una.
Aunque digan lo contrario, yo creo que es lícito tomarse un momento para lamerse las heridas, reconstruirse, cambiar, rectificar, recuperare y finalmente resurgir más grande, más fuerte.

Y cuando el río de nuestras vidas desemboque en el mar, como decía Jorge Manrique, saber que viviste sabiendo pararte a beber de los vientos y brillando bajo el sol, viendo formas en las nubes y siendo quien tuviste que ser, aunque eso implique tropezarte con tus vértices en vez de rodar suavemente hasta el fondo marino.


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