viernes, 26 de julio de 2019

El fin de los bienaventurados


Nadie le había explicado lo que era una guerra. Bueno, en realidad algunos lo habían intentado. su madre, entre llantos, había balbuceado algo sobre perder un hijo, mientras que su padre le había hablado del deber y el honor. Luego, en el cuartelillo donde se alistó montaron un pequeño cine en una sala con una de esas películas promocionales donde se repartían promesas de victoria y heroísmo.

Pero nada de aquello pudo hacerle entender realmente donde se metía. Expectante, se sentó en la puerta de casa esperando al camión que debía recogerle para llevarle a la instrucción y una vez allí, sin un segundo que perder, se les entrenaba día y noche para salvar a su país, a su pueblo. Para ser héroes. No se toleraba ningún descuido, no había tarea nimia o irrelevante, desde hacer un nudo hasta disparar un arma, cualquier cosa podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Siendo sinceros, la vida y la muerte eran conceptos que se le antojaban ajenos a pesar de estar constantemente en la boca de sus superiores. Nacido en una familia bien, el derecho a seguir respirando era inherente a su persona y la muerte era algo que quedaba lejos, merodeando en un futuro muy lejano. Qué equivocado estaba.

Ahora, después de meses en las trincheras, se preguntaba cuántos cronopios como él había visto morir, pues ya había perdido la cuenta. La muerte, ascendida de nebulosa idea a sustantividad irrevocable, infectaba los cuerpos de jóvenes que vinieron a ser héroes y se marcharon vacíos, con la mirada velada y los zapatos robados.

Con las ruedas del pensamiento tan enredadas en horribles visiones que ya no podían seguir funcionando, se quedó su cascarón vacío, un autómata que repetía aquellas tareas tan cuidadosamente aprendidas. Y cuando le tocó a él sangrar en el suelo pensaba en lo ingenuo que había sido creyendo que tenía derecho a la vida, cuando en realidad sólo se tiene derecho a la muerte en una guerra que arrastraba por el barro la bonhomía de los hombres.


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