miércoles, 4 de julio de 2018

La guerra de los diez días y quinientas noches

Cuando abro los ojos cada mañana estoy convencida de que la batalla contra tu recuerdo será mía. Salto de la cama convencida de que hoy no me harás falta y, con una energía que no sé de dónde viene, afronto las horas y hago mías las tareas de Hércules. Orgullosa, en cada momento en el que tu fantasma asalta mis pensamientos me digo a mi misma que lo estoy haciendo genial, que no te necesito, y me sorprende mi propia fortaleza al amordazar esa vocecilla que se empeña en recitarme al oído los momentos compartidos.
Esa voz es mi enemigo. Es ella la que trata de arrancar las tiritas que tan cuidadosamente le puse a mi alma para que dejase de sangrar y quedase algo dentro de mi que pudiera reconocer cuando me miro al espejo. 

Pero como te digo, me sorprendo tragando titánicamente a esa condenada, notándola bajar por mi esófago arañando las paredes y, con un suspiro, la desecho a esa parte oscura que todos tenemos y a la que nos da miedo asomarnos. Y vuelvo a afrontar otra tarea. Y vuelvo a olvidarte. Y me adjudico un punto.

Así se pasan mis horas y antes de dormir, salgo de la ducha con la sensación de haber vencido, de haber conseguido extirpar uno de los trozos que tomé de ti y que hice parte de mí. Y me meto en la cama con una sonrisa que se me borra al instante al comprender que la victoria nunca fue mía, y que en realidad dejé mi corazón en la cama al levantarme, soñando que sigue junto a ti, y ahora al volver a tumbarme noto como vuelve a encajar en mi pecho y los sentimientos se aglomeran en mis arterias. Y respiro. Y no me llega oxígeno.

Y escribo mi proceso para evitar caer presa del pánico que siento al saber que no puedo desprenderme de ti. Hasta que caigo en la cuenta de que... Tú no existes.

No existes, la persona que yo conocí fue un Pinocho que deseamos con todas nuestras fuerzas que se convirtiera en un niño de verdad, pero en el mundo real no hay hadas madrinas. Quisiste ser quien no eras y yo me enamoré de esa máscara. Si lo que viví contigo y todas tus palabras hubieran sido ciertas, la única batalla que tendría que librar es la de comernos a besos.

Entonces...¿Cómo luchar contra algo inexistente?

En un momento de pánico arranco esas tiritas y me dedico a notar como la esencia de lo que fui contigo se escapa con un correr lento. Me entrego al olvido de mí misma y espero que el cascarón vacío que quede no te eche tanto de menos. Y cuando amanece, vuelvo a creer que lo he conseguido, que ya no queda nada en mi interior, y vuelvo a levantarme sabíendome firme candidata a ganadora de esta guerra.

Y mi alma magullada se queda en la cama, tranquila al saber que al anochecer habrá vuelto a ganar la partida.


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